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Quiero Votar

Voto, en urna mejor.
Los Colegios de Arquitectos tienden -lo hacen también sus miembros- a presumir del marcado carácter democrático de estas instituciones, que se ha mantenido desde su formación en 1931 y -curiosamente- durante toda la dictadura franquista.
La verdad no es tan simple. Durante el periodo de la dictadura los colegios eran entidades burguesas gremiales -poco sospechosas de no ser en el mejor de los casos neutrales y en el peor muy afectas al régimen- lo que conllevaba ciertos privilegios. Por ponerlo claro, que voten quienes están cerca del poder bien -no votarán nada que perjudique su estatus-, que voten los demás que son más, ya es harina de otro costal.
Pero prosigamos…
La Lacra
Varias noticias recientes traen de nuevo a debate un cuestión que, adormecida, permanece no obstante latente en el mundo profesional y que, como tantas otras, se ha convertido en una de esas inmanencias que –pese a su dificultad, que uno no niega- los arquitectos españoles parecemos incapaces de abordar de una sola vez, de manera definitiva y unificada. Ya saben, somos capaces de organizar actividades, proyectos de una complejidad asombrosa… pero no nos pidan que cuando lleguemos a la cuestión puramente de intendencia vayamos mucho más allá de una hoja de Excel (de las que no adaptan las celdas al texto, además).
Se trata, quizá lo hayan adivinado, de la cuestión laboral. O mejor dicho, de la no-laboral, pues entiende uno que para referirse a la primera debe haber un mercado de trabajo estructurado y basado en las reglas del juego y que ese es precisamente el caso que no se da entre los profesionales del tiralíneas. Difícilmente puede llamarse mercado laboral (perdonen el palabro) a lo que cursa plagado de becarías, internships, trabajadores altruistas, falsos autónomos y arquitectos contratados para hacer de –oh sorpresa- arquitectos bajo el epígrafe de “calcador”.
Dichas noticias tendrán su desarrollo posterior. Créanme que me importa poco y que no es el objeto de este articulo cuyo punto fundamental es entender que la pasividad y el “esto siempre se ha hecho así” cargado de indolencia y secretismo a voces, suponen una lacra difícilmente soportable por más tiempo para una profesión que si bien gusta de llenarse la boca con su adaptabilidad y su apego por lo social, parece incapaz de aplicarse con un mínimo de lógica las reglas que estima tan convenientes hacia el exterior. Y es que si el infierno son los demás, en nuestro caso, no nos andamos con medias tintas a la hora de enarbolar el tridente.
Procedamos.
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