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Cuidado con lo que Preguntas

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El edificio España en construcción

El edificio España en construcción

Como era de esperar el señor Wanda (Que no sé si es señor Wanda, pero les reconozco que si no lo escribo reviento), propietario a la sazón del edificio España, ha descubierto con cara de sorpresa –muy mala, ya les aviso. De suspender en el Actor’s Studio- que rehabilitar el edificio no le viene digamos bien y ofrece al ayuntamiento la posibilidad de tirarlo y reconstruirlo exactamente igual a como estaba.

No olvidemos que el señor Wanda (hell, i can’t stop) es chino, y pese a que el cliché está un poquito manido, todos sabemos que en el país asiático lo de la copia lo tienen estudiadísimo.

La cuestión plantea muchos de los interrogantes que han atenazado al urbanismo en cascos históricos (o al menos en suelo urbano consolidado), y saca a la luz tanto las carencias como las fortalezas del criterio actual establecido entorno a la protección de entornos urbanos y edificios. Por si esto fuera poco añadan a la mezcla el cambio de color del ayuntamiento –y el del COAM- para descubrir que nos encontramos ante un proceso que bien podría ser ejemplo del más que necesario debate que la cuestión viene necesitando hace ya décadas.

Así que, con la sana intención de hacer de sindicalistas quejicas, procedamos:

Cabe recordar que el edificio España, construido en 1947, es obra de los hermanos Otamendi Machimbarrena –principalmente atribuido a Joaquín y Julián que eran los arquitectos, pero sin desdeñar la colaboración de sus hermanos José María –ingeniero industrial- y Miguel –ingeniero de caminos-. No está mal como principio, los Otamendi forman parte de esa serie de arquitectos poco recordados –lo es más Palacios Ramilo, coetáneo y colaborador suyo en algunas obras- pero que atesoran una trayectoria como poco interesante en la que se incluyen la fundación de la compañía Inmobiliaria Metropolitana (posteriormente Metrovacesa) y la compañía Metropolitana de transportes (hoy Metro de Madrid). En unos tiempos en los que parecemos haber descubierto tantas cosas que en realidad solo habíamos olvidado, los Otamendi eran técnicos, empresarios y el ejemplo fraterno de la interdisciplinariedad.

El edificio en cuestión tiene un mucho de la admiración de Joaquín por la arquitectura de la escuela de Chicago, traspuesto a España, o sea, en hormigón armado y con un lenguaje de ladrillo y piedra muy cercano a aquella búsqueda –estéril por otra parte- de una arquitectura nacional que se produjo tras la guerra civil (y de la que Muguruza era principal defensor) que tomo el neoherreriano como canon compositivo (y constructivo) fundamental.

Como es sabido fue durante un tiempo el edificio más alto de España. De Europa incluso. Hoy en día sigue siendo uno de los más altos de la capital (si no recuerdo mal, es el octavo). Como diría Ricardo Aroca, más que un rascacielos es un edificio alto.

Alto… y peculiar. Es una torre… con trasera. El edificio, lejos de un esquema compositivo y volumétrico más homogéneo e isótropo, se ofrece a la plaza de España, a la que da cierre, y sin embargo presenta hacia Mostenses unas traseras en forma de patios en peine tremendamente peculiares.

No entraremos en profundidad en la peripecia del edificio (Que se mantuvo como Hotel muchos años) compuesta de abandonos, ventas, reventas, rehabilitaciones parciales, amenazas de derribo, ocupaciones y okupaciones y un largo etcétera de casuísticas propias de un solar tan altamente apetecible como es el que conecta Princesa con Plaza de España y Gran Vía. Baste decir que el edificio llega a manos del grupo chino Delian Wanda y que, las pasadas semanas, se plantea la posibilidad de su demolición y reconstrucción ante las dificultades técnicas de conservar la fachada principal y el conjunto.

El asunto resulta pues interesante para debatir sobre las dificultades existentes en ocasiones para compatibilizar la protección patrimonial –una cuestión legislativa y social- con la intendencia constructiva –aspecto este técnico y en cierta medida económico-. Es este un debate complejo en el que no faltan peticiones como las de Wanda relativas a la cuestión mimética que resultan excesivamente próximas a la tematización absurda del entorno urbano mediante la replicación falsaria de elementos preexistentes. Sin tener una visión excesivamente cerrada al respecto, parece lo lógico que ambas cuestiones (la legislativa – social y la técnico – económica) deben funcionar de forma conjunta y no opuesta. Aliarse y no emplearse como armamento la una contra la otra.

Sin embargo, interesante como es este debate, el recién estrenado decano del COAM, José María Ezquiaga, planteaba en la cadena Ser recientemente la inclusión de un tercer aspecto relativo a la memoria urbana de los ciudadanos con respecto a su entorno ambiental y construido. Planteaba así el decano que, asumiendo tanto las dificultades técnicas como la necesidad de evitar la mimetización por copia, el debate sobre ciertas protecciones debía acercarse al ciudadano otorgándole así una mayor participación en la construcción y desarrollo del entorno en el que habita. Surgía así durante la entrevista la posibilidad de plantear referéndums en los que la ciudadanía decidiera –por ejemplo- sobre cuestiones como la conservación del Edificio España.

Es en este punto donde la cuestión nos plantea ciertas dudas. Ya nos conocen, nos gusta jugar a ser los abogados del diablo.

Así pues, sin negar la validez de cualquier decisión tomada democráticamente en un referéndum, debemos tener en cuenta que el proceso entraña no pocos peligros y la posibilidad de obtener resultados aberrantes (en el sentido puramente lógico – matemático) completamente alejados de los presupuestos técnicos y lógicos que manejamos en la disciplina.

Por ser claros, y yendo a un ejemplo sencillo, el Cargadero de Mineral de Almería es a día de hoy un BIC y está protegido. Antonio Miranda incluso lo incluye en su lista de mejores edificios de España. Nadie se imagina hoy el frente marítimo de la ciudad sin la pieza. Y sin embargo, durante años, fue la espina clavada en el costado de una ciudadanía que no ocultaba su desprecio por un elemento que en buena medida recordaba tiempos pasados y que –a la postre- resultaba engorroso para el tráfico.

El cargadero estuvo a punto de ser demolido pese a la oposición del Colegio de Arquitectos de Almería y de algunos arquitectos. Fue solo la publicación de un fotomontaje de la zona sin la construcción (lamento no recordar el periodista o el fotógrafo) la que revelo la perdida de carácter de los escasos 1000 metros de frente marítimo libres con los que cuenta la ciudad y la que espoleo el debate ciudadano que llevo a su declaración como bien de interés cultural protegido.

La pregunta por tanto es evidente: ¿Qué resultado hubiera arrojado un referéndum antes de la publicación de esas imágenes? Mucho me temo que el cargadero hubiera sido hoy un recuerdo.

Podríamos extender la pregunta a otros lugares. Sin salirnos de Almería, es bueno recordar que el hotel del Algarrobico (ese mamotreto insufrible) cuenta con el apoyo de una gran cantidad de habitantes de Carboneras (y de la provincia). Se podría analizar si la cuestión resulta prisionera de la promesa de empleos derivada de su instalación, pero la realidad es que –de nuevo- no tenemos en esta santa casa muy claro que pasaría si un referéndum llegara a celebrarse (o por ser claros, a quien debería preguntarse. El Algarrobico se sitúa en el término municipal de Carboneras, pero dentro de un parque Nacional).

La lista de disfunciones, o de resultados inesperados, podría ser muy larga. Añadan quizá al señor Adelson y su infame Eurovegas ¿Qué habría pasado? ¿Estamos seguros que la ciudadanía lo habría rechazado?

En estos días en que recordamos al desaparecido Saza podríamos fijarnos en la escena de la cena de «La Escopeta Nacional», en la que el personaje del promotor resume bien como aquello que nos parece (como ciudadanos o como profesionales) incomprensible no lo es tanto cuando varían las condiciones de análisis o las prioridades personales. El discurso, una astracanada no falta de cierta ironía muy realista, es este:

Zonas verdes, zonas verdes. Las zonas verdes en el campo, que para eso hemos puesto el automóvil al alcance de todo el mundo. Lo que hay que hacer en las ciudades es construir, construir y construir. Hasta el último metro cuadrado. La culpa de todo esto la tiene la puñetera prensa. ¿Pero cómo es posible que el régimen dé estas muestras de debilidad? El periodista que se desmande, a la cárcel, Romerales. ¿Os habéis fijado en la Casa de Campo? Yo cada vez que la cruzo tengo que tomarme un Librium. Millones y millones de metros cuadrados de un terreno fabuloso, allí, perdidos, sin producir nada; pero caerá, caerá. Ya la tenemos rodeada.

Habrá quien traerá aquí a colación dentro de este debate la antigua queja de las profesión sobre el respeto que otras disciplinas reciben –y que evita el cuestionamiento de sus decisiones facultativas- y la intromisión (llamémosla así, a pesar de la exageración) constante en las nuestras de aquellos a quienes puede considerarse legos en la materia.

Resulta no obstante un argumento algo falaz: la ciudadanía habita el espacio urbano. Vive en nuestras construcciones. Participa del ambiente y la ordenación de las ciudades. Y para habitar no es necesario libro de instrucciones. Sin embargo no puede desdeñarse que hay cuestiones técnicas que inciden en estos procesos y que obviarlas o convertirlas en cuestiones opinables es casi tan peligroso como llevarlas al extremo intransigente de una tecnocracia apática e impermeable a la función social de la disciplina.

Volveríamos pues a la dicotomía tradicional entre lo legislativo, lo social y lo técnico que nos atenaza desde antiguo y de la que el caso del Edificio España (pasando por alto otras cuestiones mucho menos edificantes) parece ser ejemplo.

Es, como vamos viendo, un buen jardín, de tintes selváticos, este del que el decano del COAM ha entreabierto la puerta. Sin embargo sospechamos que es uno en el que no tenemos más remedio que entrar. Sería conveniente no obstante que nos agenciáramos un buen machete.

Para la ocasión, el machete es tan obvio como complejo de procurar. Estamos ante una cuestión educativa, pedagógica si prefieren. Ante la necesidad, cada vez más acuciante, de recuperar nuestro papel como agentes sociales cuya labor condiciona la habitabilidad de la ciudadanía. Un papel en el que los Colegios deben ser faros de la sociedad civil, menos preocupados por los visados y más por ejercer su labor como corporaciones –no lo olvidemos- de derecho público. Ni es fácil recuperar el tiempo perdido ni sencillo cambiar la visión de la sociedad sobre nuestra labor. Ni lo es en ningún caso ser guía y consejo sin imposición ni desdén. Ser sociedad y construirla sin obviarla.

Aun así, la idea de someter ciertas cuestiones a referéndum (a una escala compleja) sigue produciendo en nosotros una visión poliédrica en la que incluso asumiendo que recuperáramos nuestra posición de expertos estimados y apreciados, de guías y gestores que encauzan un debate sin forzarlo, los resultados podrían resultar extremadamente opuestos a lo que pensamos (y, porque no decirlo, deseamos). No influye poco en esta sensación el temor de que estos referéndums (O cualquier otra figura similar)  se conviertan en cuestiones manipuladas desde un poder político que en este país jamás ha hecho ascos a decir digo y diego con minutos de diferencia y a una prensa (no toda pero si mucha) que se comporta en muchas ocasiones como la hoja parroquial del partido correspondiente. Hay ejemplos (a menor escala) en los que tras la etiqueta de lo participativo (falsa) se ocultan manipulaciones absurdas de la realidad (sin ir más lejos aquel concurso de las ramblas de Barcelona en el que la consulta popular se convirtió en un mal chiste).

Y sin embargo, estamos convencidos de que llegar a esta posibilidad es un camino viable, no solo como opción democrática sino como ampliación disciplinar hacia terrenos en los que el arquitecto se implique en los procesos urbanos desde la cooperación con una ciudadanía a la que (en parte por nuestra culpa) hemos maleducado en la impermeabilidad y el autismo del urbanismo impuesto desde arriba.

En el término medio está la virtud. No puede negarse la cuestión democrática ni sustituirse el conocimiento técnico por la opinión (por democrática que esta sea. La fuerza de la gravedad no entiende de votos). No es esta una labor fácil, queda saber si sabremos encararla y si seremos capaces de librarnos de clichés, imposturas y discursos automáticos para bajar a un terreno de juego en el que ni hay tanto glamour ni las fotos quedan tan bien, pero en el que parece evidente que debemos jugar. Aunque no nos acabe gustando el resultado que –ya les avanzamos- en muchos casos no nos gustará.  Ni mucho, ni poco, ni probablemente nada.

Written by Jose María Echarte

julio 29, 2015 a 13:09

4 respuestas

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  1. Mi amigo F. tiene un linfoma y el equipo médico duda entre dos estrategias: Ataque previo de quimio para reducir y una vez reducido volver a estudiar y (en su caso) operar, u operación previa para después terminar de limpiar con quimio y radio. Como están dudando mucho van a hacer un referéndum entre familiares y amigos. (F. ha dicho que pregunten también a sus vecinos y a todos sus compañeros de trabajo, para tener una muestra más amplia).
    Yo voy a votar por la solución 1. Como que me gusta más.
    Ya veremos.

    José Ramón

    julio 29, 2015 at 13:28

  2. Estupenda exposición. Muy interesante entrada.

    José Ramón

    julio 29, 2015 at 13:29

  3. Excelente, como siempre! Únicamente un apunte, creo que el fiasco de consulta ciudadana de Barcelona que mencionas era para reformar la Diagonal, no las Ramblas.
    Saludos y enhorabuena por el estupendo blog (uno de los poquísimos que hacen auténtica crítica)!

    iago lópez

    julio 29, 2015 at 15:50

  4. […] Acceder al artículo, AQUÍ […]


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